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Jose y Jose preparando la red de plancton. Foto: Javier Arístegui |
Siempre me ha llamado la atención “los
tiempos” en los barcos. En las campañas
oceanográficas el reloj del tiempo lo marcan las pausas para las
comidas, los descansos mirando al mar y… sobre todo, los muestreos. No son
tiempos fijos sino elásticos, pero establecen biorritmos difíciles de olvidar
cuando uno se desembarca al final de la campaña.
El muestreo de la “roseta oceanográfica”
es el momento de mayor estrés y nerviosismo. Es como si todos los tiempos del
día confluyeran en un solo instante. Alberto (encargado del primer CTD del
día), con un estoicismo y una paciencia envidiables, contesta uno a uno a los
que se van acercando al control de mando del CTD preguntando cuánto falta para
que la roseta suba a cubierta. La cadencia de las preguntas se acentúa en
estrecha correlación inversa con la longitud del cable en el agua. Alberto y yo compartimos, a primera hora de la
mañana, el silencio del cable en descenso, solo roto a veces por la música
suave de
“Jazz for when you are alone”.
Pero la “soledad” dura poco; lo justo para darte cuenta que los silencios
también son necesarios para disfrutar de compañía el resto del día.
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Cuadro de roseta sobre lienzo marino. Foto: Javier |
La roseta está en cubierta!!! Ha llegado
una botella mal cerrada!!!! ¿Qué hacemos? … Pep ¿no te importaría pasar de tu
botella para el ADN?... Es que las medidas “Core”… bueno ya sabes… A Pep siempre
le toca sacrificar su botella (pero ya empieza a protestar). Todos en fila,
ansiosos y expectantes, aguardando a que quiten la cadena de protección; como
en el primer día de rebajas en unos grandes almacenes. El frenesí del muestreo
del agua de la roseta solo tiene parangón con el muestreo de los “croissants” en días de fiesta (o, al
menos, en algunos días de fiesta).
Henar se sienta en el borde de la puerta
a marcar tubos. Marta circula nerviosa alrededor de la roseta, sumergida en un
mar de botellas y recipientes de cristal. Tere invoca –inconscientemente- el
“saludo al sol”, en su afán de abrir la botella Niskin y muestrear al mismo
tiempo, sin perder una sola gota de la preciada agua. Nau e Isa comparten
confidencias junto a las botellas oscuras para el nitrógeno. Celia escancia con
virtuosismo su muestra en un diminuto tubo. Marina espera paciente su turno
para llenar sus inmensas garrafas de agua. Mine, con su eterna sonrisa y su
marcapasos de diseño cosido a la camiseta, le roba el espacio a Pepe, que registra
frenético la temperatura del agua. Todos, de una forma u otra, forman parte de
este paisaje dinámico que se dibuja cada mañana sobre el horizonte del mar a
través de la gran “ventana” del barco. Son escenas superpuestas, como los
cuadros de Nacho (Martín Rejas), pintor que retrata sueños de color
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El frenesí del muestreo. Foto: Javier |
a través de
puertas y ventanas que se abren a los sentimientos. Al otro lado de la mampara
de cubierta, José y José (tanto monta) preparan la red de Mikhail. José “el pequeño
ruiseñor” silba melodías que se funden con el sol y el agua. Se le ve feliz y
contento; pero siempre lo está (todo hay que decirlo). Los
tiempos se suceden y se abren nuevas ventanas y puertas, que muestran retratos
de otras escenas de trabajo, sentimientos y melancolía sobre el mar. Pero ya
habrá más días para hablar de ello…
Javier Arístegui
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