martes, 6 de mayo de 2014

Retratos sobre el mar


Jose y Jose preparando la red de plancton. Foto: Javier Arístegui
Siempre me ha llamado la atención “los tiempos” en los barcos. En las campañas  oceanográficas el reloj del tiempo lo marcan las pausas para las comidas, los descansos mirando al mar y… sobre todo, los muestreos. No son tiempos fijos sino elásticos, pero establecen biorritmos difíciles de olvidar cuando uno se desembarca al final de la campaña.

El muestreo de la “roseta oceanográfica” es el momento de mayor estrés y nerviosismo. Es como si todos los tiempos del día confluyeran en un solo instante. Alberto (encargado del primer CTD del día), con un estoicismo y una paciencia envidiables, contesta uno a uno a los que se van acercando al control de mando del CTD preguntando cuánto falta para que la roseta suba a cubierta. La cadencia de las preguntas se acentúa en estrecha correlación inversa con la longitud del cable en el agua. Alberto  y yo compartimos, a primera hora de la mañana, el silencio del cable en descenso, solo roto a veces por la música suave de “Jazz for when you are alone”. Pero la “soledad” dura poco; lo justo para darte cuenta que los silencios también son necesarios para disfrutar de compañía el resto del día.
Cuadro de roseta sobre lienzo marino. Foto: Javier

La roseta está en cubierta!!! Ha llegado una botella mal cerrada!!!! ¿Qué hacemos? … Pep ¿no te importaría pasar de tu botella para el ADN?... Es que las medidas “Core”… bueno ya sabes… A Pep siempre le toca sacrificar su botella (pero ya empieza a protestar). Todos en fila, ansiosos y expectantes, aguardando a que quiten la cadena de protección; como en el primer día de rebajas en unos grandes almacenes. El frenesí del muestreo del agua de la roseta solo tiene parangón con el muestreo de los “croissants” en días de fiesta (o, al menos, en algunos días de fiesta).

Henar se sienta en el borde de la puerta a marcar tubos. Marta circula nerviosa alrededor de la roseta, sumergida en un mar de botellas y recipientes de cristal. Tere invoca –inconscientemente- el “saludo al sol”, en su afán de abrir la botella Niskin y muestrear al mismo tiempo, sin perder una sola gota de la preciada agua. Nau e Isa comparten confidencias junto a las botellas oscuras para el nitrógeno. Celia escancia con virtuosismo su muestra en un diminuto tubo. Marina espera paciente su turno para llenar sus inmensas garrafas de agua. Mine, con su eterna sonrisa y su marcapasos de diseño cosido a la camiseta, le roba el espacio a Pepe, que registra frenético la temperatura del agua. Todos, de una forma u otra, forman parte de este paisaje dinámico que se dibuja cada mañana sobre el horizonte del mar a través de la gran “ventana” del barco. Son escenas superpuestas, como los cuadros de Nacho (Martín Rejas), pintor que retrata sueños de color
El frenesí del muestreo. Foto: Javier
a través de puertas y ventanas que se abren a los sentimientos. Al otro lado de la mampara de cubierta, José y José (tanto monta) preparan la red de Mikhail. José “el pequeño ruiseñor” silba melodías que se funden con el sol y el agua. Se le ve feliz y contento; pero siempre lo está (todo hay que decirlo). 
Los tiempos se suceden y se abren nuevas ventanas y puertas, que muestran retratos de otras escenas de trabajo, sentimientos y melancolía sobre el mar. Pero ya habrá más días para hablar de ello…
 
Javier Arístegui

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