Volvemos a estar a bordo de un buque
oceanográfico. Algunos estuvieron hace poco, otros ya hace unos años. Pero cada
vez que subimos se mezcla la exitación del trabajo a realizar, las expectativas
de buena mar y buen ambiente, y aquellas cosas que hacen que estar en un barco
sea algo distinto de todo: A son de mar,
con todo trincado porque esto se
mueve… zarpamos ayer de Heraklion
destino al sud de Chipre. Es el olor característico. El aire acondicionado en
todos los espacios. Los servicios que funcionan con vacío y hacen un ruido
especial. Las habitaciones que se llaman camarotes.
Las cuerdas que se llaman cabos y
que se arrían. La derecha y la
izquierda que se llaman babor y estribor. Y la popa y la proa. Y las
escaleras, siempre muy verticales. Y las cajas que están en la bodega (donde
mira tú por donde, no hay vino). Y a levantar cosas le llamamos izar, y a las paredes, mamparos. Y a bordo llevamos muertos (de los que no huelen) que
guardamos en pañoles. Y es que aquí
hay obra viva y obra muerta.
Y, aunque no tenemos grumetes, tenemos estudiantes nuevos, que nunca antes se
embarcaron... son novatos que deben buscar la protección de Neptuno, que sin
duda los bautizará… ¿Cuando? ¿Dónde? ¿C ómo? quizás está escondido en el sollado o en la sentina. O en el castillo
de este buque que es muy espectacular. Neptuno igual decide botarlos… o hacerles probar la brea…
Nada más zarpar hemos tenido un zafarrancho de prueba. Nos probamos los
trajes de supervivencia y Arnau, el oficial nos explicó los procedimientos.
Estamos listos para abandonar el buque, aunque algunos un poco más rechonchos
(ejem) no parecen sinó unos agradables
teletubbies…
Bueno, os dejamos con nuestra singladura hasta la primera estación.
Vamos a 10 nudos, es decir, 10 millas por hora. ¿Qué cuanto es? Venga
ya, esta la sabeis, ¿no? es más, o menos que un ciclomotor?
(si algo no os quedó claro, mirad aquí)
Pep Gasol
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